martes, 28 de noviembre de 2017

Psicodélica.

Lo pienso.
No me decido.
Trato de buscar el momento perfecto en el que no me arrepienta pero no lo encuentro.
Me doy cuenta que no hay que buscar los momentos perfectos porque no existen y tengo que aprovechar cualquiera que se presente porque son simplemente eso: momentos.

Tengo un impulso de espontaneidad.
Lo encuentro. Lo miro. No temo.
No sé si lo haré bien o la voy a cagar.
No me importa.

Tiene tanta amargura para tan pequeño tamaño que me sorprende que pueda caber tanto sabor en tan diminuta simetría. Trago saliva agria esperando algún efecto.

Voy leyendo algunos artículos sobre quién sabe qué. De a poco empiezo a notar cómo las letras se mueven como si fueran pequeñas olas en la orilla de una costa. Se balancean en mis ojos y me río porque sé a qué se debe. Percibo un calor corporal que no me agrada y me recuesto sintiendo una revolución por dentro que me dice que no sé si voy a ser capaz de soportarlo. Mi enfermedad podría empeorar pero ya es demasiado tarde para pensar en eso y sólo quiero que acabe. Cierro mis ojos y veo mil formas en movimiento. Manejo psicodelias que trato no me espanten para poder mantenerme en calma. Mi cuerpo está en llamas y la excitación es inevitable. Quiero experimentar una y mil sensaciones. Neciamente recuerdo un estallo que fue casi eterno.

No sé cuánto tiempo pasó pero siento que fueron horas y abro mis ojos por fin completamente. Las paredes no dejan de caerse y las gotas alrededor del vaso tienen un movimiento tan sensual que no puedo dejar de encantarme con la vista. La luz me juega a favor y siento energía positiva. Ni siquiera escucho el sonido que reproduce este aparato. Mi cabeza no se da cuenta de lo que se perdió durante tanto tiempo pero me doy cuenta que me pegó fuerte e hice bien en hacerlo sola.

Siempre fui de tener mis primeras experiencias en soledad. Me gusta la autodidaccia. Siento hambre y sé que mi cocina es un desastre pero no me interesa y tengo vibras suficientes como para ponerme a limpiar mi propio desorden. Me sorprendo de mí misma y el entusiasmo que le pongo. Pero cuando pruebo bocado me doy cuenta que no tengo apetito sino hambre voraz de no alimentarme a tiempo cuando debía.

Pasan las horas y no me doy cuenta. Ni siquiera me percato realmente de cuánto duró el efecto sino hasta que me despierto casi dieciocho horas después de la dosis y caigo en la cuenta de que los efectos tuvieron lugar alrededor de doce horas, de las cuales las últimas seis estuve consciente y luego caí en un sueño profundo en el que no recuerdo los movimientos de mi propia mente. Las imágenes dejaron de ser lúcidas. Fue un antes y un después. Abrir mis ojos fue inevitable.


Lorem ipsum is simply dummy text of the printing and typesetting industry.