Nadie habla de
esta sensación de vacío que me llena la tripa de manera irónica.
Nadie habla de
lo placentero que se siente el rugido de insatisfacción.
Este monstruo
no tiene cura. La idea de volver a encontrarme con él me persigue todos los
días, pero no hablo de eso. Nadie quiere escuchar a una mina que está pisando
los casi treinta, hablar de que una enfermedad la atrapó cuando su edad
alcanzaba apenas una sola cifra.
Nadie tiene
ganas de escuchar cómo creamos rutinas y rituales que evaden lo que nos
mantiene los ojos abiertos ante el monstruo invisible que atenta, atento, y
permanece en nuestras ojeras. Nadie tiene ánimos de escuchar la cantidad de
litros de agua que vaciamos en botellas para saciar el grito.
A la gente le
incomoda la realidad, debe ser por eso que consumimos tanto Netflix y Amazon
prime. Debe ser por eso que Instagram se llena de filtros que distorsionan cada
vez más los contrastes y que nos denuncian imágenes donde nuestros pezones
muestran cómo es el cuerpo femenino tan lejos de la pornografía.
Nadie tiene
ganas de escuchar cómo sufre una piba por un enemigo invisible que habita
únicamente en su cabeza, debe ser por eso que nos hicieron quedar como locas,
como unas aburridas que no saben cómo afrontan el aburrimiento.
Yo no estoy
aburrida. Yo tengo muchas cosas para hacer, muchos proyectos siendo trabajados
en este momento. Y ella me acompaña asentada en mi interior. A veces la trato
de ella, porque su nombre científico implica el femenino; otras veces lo trato
de él, porque es un fantasma que grita en mi oído “no creas que mereces nada
de esto, porque la verdad es que no mereces absolutamente nada bueno, ni
siquiera eso que calmaría con tanta facilidad los gritos de tus entrañas”.
Y de pronto,
suena con fuerza el reloj del horno eléctrico debajo de las escaleras que
indica que mi desayuno a las cuatro de la tarde ya está listo.
Quizá el
sonido del vacío siga sonando bastante satisfactorio aún, quizá siga propensa a
las recaídas que forman parte de la recuperación. Quizá siga escuchando estas
voces dentro de mi cabeza por quién sabe cuánto tiempo más. Pero la diferencia
con mi yo de hoy y el de hace diez años atrás, es que, hoy, pude aprender a
escuchar a la niña interior que me susurra con amor y cariño, debajo de sus
gritos, que merezco lo bueno que recibo.
Quizá me quede
aún mucho camino, pero ella me abraza y aleja al monstruo maligno, a la
enfermedad putrefacta que de a poco fui dejando que ya no me abrazara.
te amo con todo mi corazoncito
ResponderBorrar