No sé por dónde empezar. Te escribí incontables cartas y esta no va a ser la última, de eso estoy -casi- segura, porque cada tanto recuerdo tu traición y el nudo en la garganta se pronuncia tanto que el sollozo se queda mudo. Mis suspiros retroceden en toda nuestra historia.
¿Sabrán los mortales que mientras el mundo intentaba sobrevivir a un virus que provocaba una pandemia, nosotros aprovechamos el encierro para inmortalizar nuestras heridas en la poesía?
Pienso que quizá, dentro de muchos años, si es que la hemoglobina aún recorre ferviente mi aorta, no voy a encontrar la manera de contar cómo sobreviví a la ansiedad y las ganas de morir sin mencionar tu nombre y cómo supimos ahogar el silencio de la madrugada en llamadas que tenían todo lo que una novela puede conseguir: risas, anécdotas, chistes, llantos, consejos, paradojas y lapsos de paciencia demostrados en afecto.
Hoy sé que para vos sólo fui un escape a lo que no te atrevías a colmar. Hay una escritora que a veces no me cae bien, pero te la voy a citar porque ella entiende de lo que hablo:
aguantar duele, ¿y sostener lo insostenible?
Hice lo correcto, de eso estoy segura. Comencé el año escupiendo todo lo que tenía guardado. Sé también que esta vida no se va acabar sin permitirnos chocar de nuevo, y ese día vamos a colapsar. Yo, gritándote, llena de rabia e impotencia, la traición que cometiste; vos, llorando, sin saber cómo pedirme perdón por enésima vez.
Te advertí que no soy como las personas que conocías. Te avisé, que perdono hasta donde me de la tolerancia, y si hay algo que no respeto es la falta de empatía y la manipulación en exceso. No me creíste, pensando que me iba a dejar seguir pisoteando por la persona que te engañaba con cuanto humano coincidía.
No quiero que vuelvas porque sé que sería capaz de perdonar todo. Mi sol en piscis entiende tu pasado, pero también escribe esto para no ahogarse en su propio mar.
Cuando conseguí superar mi abuso, sólo pensaba en vos y poder contarte que podemos salir de ahí, que la oscuridad no es eterna, que siempre hay luz y sólo es cuestión del movimiento en el espacio para que alumbre el camino rocoso. Le hablé de vos al chico que nunca voy a saber si le molestaba mi romance con la luna. Él se puso celoso de vos, hasta te cambió de nombre. Yo me reí porque el dolor era tan inmenso, que de haberle seguido la corriente a las emociones, me hubiera quebrado en la piscina de alguien que también está lleno de miedos.
Escribo para no permitirle a mi miedo su cometido, pero también escribo para inmortalizar nuestras faltas. No soy santa, pero tengo a mi diosa que me apaña cada noche y me protege de personas como ustedes cada que salgo de mi casa.
Como dije, estoy -casi- segura de que esta no será mi última carta a vos, porque nuestra amistad fue poesía pura, aunque siga en esa fantasía que me ayudó a sobrevivir en plena pandemia.