miércoles, 11 de abril de 2018

Una noche.

Sus besos saben a terciopelos y sus cabellos son casi tan suaves como la brisa.

La sonrisa imprevista se me atraviesa en la mirada.

Sé que deberíamos cambiar de posición pero sus labios son mi nueva adicción.

No quiero soltarle. No quiero alejarme.

Es casi tan único que me hace cuestionar qué es lo real.

Lo encontré en una ciudad llena de toxinas, vicios y egos.

Quiero quedarme acá por un eterno instante.

Quedarme viendo esos ojos que lagrimean compañía y sosteniendo un poco el alma que implora comprensión.

¿Que niego?
Niego.

¿Que siento?
Siento.





viernes, 6 de abril de 2018

Coraje, aunque también cobarde.

A veces me siento débil. Siento que no quiero seguir acá. Todo se me hace más difícil. No hay motivaciones y ya nada tiene sentido. Quiero desaparecer. Quiero que mi corazón deje de bombear. Quiero dejar de respirar. No quiero volver a despertar. Todo aquello que en algún momento me incentivó, deja de tener color. La nitidez no tiene lugar en mi visión. Hasta ya ni me caen lágrimas. Dejé de sentir angustia, sólo siento el dolor de aparentar estar viva.

Y de pronto me doy cuenta que estoy loca. Sí, enloquecí. Aparece esa voz, aquella que me guía cuando todo es oscuridad. Su voz se hace escuchar por encima de todos los demonios, que a diferencia de ellos, me habla con calma. Me transmite paz y me abraza con delicadeza, uniendo todas las piezas que rompí en el camino.

A veces me desconozco. Me trago el mundo. Todo resulta cálido y llamativo. Mis ojos perciben una diferencia de contrastes, todo se ve con más color, pero suave a la vez, como si un brillo resplandeciente se adueñara de mis pupilas. Estoy llena de paz y mis pulmones inflan mi pecho como creí que no volvería a repetirse. Vuelven mis pasiones. Vuelvo a escribir, vuelvo a cantar, vuelvo a dejar de sentir culpa por creer que soy lo que no me define. Vuelvo a reír. Vuelvo a valorar todo lo que luché.

“Persevera y triunfarás”, dicen algunos. Perseverancia. Que palabra rara. Porque un día estás deseando que el dolor acabe, y te volves cobarde. Todo duele. Todo. Y después te das cuenta: valen la pena los días de mierda. Si no existieran, ¿cómo íbamos a valorar esa fuerza que nos lleva a lo mejor de nuestras vidas?