lunes, 15 de enero de 2018

Prólogo.

Cuando era pequeña creía en el amor. Ese que veía en las películas y en las obras de Shakespeare. Ese que si te era arrebatado te arrancaba una parte fundamental de tu alma.

Creía en un amor que desconocía. Luego vino mi primer amor. O al menos eso creía que era. Creí que era amor. Fue en cambio un apego hacia la idea del enamoramiento. Y como es sabido hoy, algún día me iban a romper el corazón. El primer estruendo que no supe que iba a tener lugar.

Con el transcurso del tiempo fui conociendo nuevas personas que se asemejaban a la idea del amor. Eramos tan simplemente niños y nos faltaba tanto por conocer. No estábamos listos para semenjante responsabilidad. Y si nos hubieran detenido, hubiéramos hecho hasta lo imposible para hacer lo que sentíamos nos iba a completar.

Mi interior se quebrajó varias veces. Pasé varios días intentando estar bien y seguir con mi vida. Pasé también muchas noches llorando a escondidas hasta quedarme dormida.

Los años me hicieron más fuerte y decidida, y a la vez, más dura, fría y cínica. 

Una noche una persona se me acercó. Me parecía linda. Me hablaba y yo le respondía. Los días pasaban. Nos fuimos acercando más. Decidí abrir mi corazón y darle por primera vez la oportunidad al amor, si es que éste realmente existía. Pasamos tiempo juntos. Me hablaba de su familia, su pasado, sus sueños, lo que le molestaba de su vida y quería cambiar. Me preguntaba sobre mí. Él cocinaba para nosotros y yo prestaba mucha atención a cada movimiento suyo. Cada detalle me enamoraba. Lo veía como una danza que nadie mas que él sabría bailar. De esa coreografía yo era la mejor admiradora.

Pero como mencioné desde un principio, algún día me iban a volver a romper el corazón. Nada dura para siempre y muchas veces elegimos, inconscientemente, la negación. Porque es más fácil aceptar lo que nos hace sentir cómodos. La realidad puede ser bastante difícil de afrontar. Mi realidad es mi verdad. Mi verdad no es la ajena.

martes, 9 de enero de 2018

Angoisse.

Me disuelvo con cada gota que derramo.
Me deshago un poco a cada momento que pasa.
La sal de mis lágrimas saben casi tan vacías como lo que tuvimos.
Los nudos en la garganta me rompen por dentro.
La agonía me atrapa y no sé cómo salirme de ella.
La angustia llegó mucho tiempo después.
Angustia. Esa palabra me retumba en los pensamientos.
No te lloré cuando estabas cerca.
Ahora no sé siquiera donde estás para alcanzarte.
Ahora somos desconocidos. Estoy segura que de mí no te acordás.
Yo me acuerdo de vos. Me acuerdo cada detalle útil e inservible también.
Pasó más de un año y digo haberte superado.
Pero dentro mío sé muy bien que si vinieras pidiendo otra oportunidad, no diría que no.
Me siento libre al fin de todo lo ocurrido y de quienes nos rodeaban.
Pero de qué me sirve toda esta libertad si mis pensamientos te traen de vuelta para sentirme miserable.
Te quise. Te admiré. Te puse ante un pedestal que no merecías de mi parte.

lunes, 8 de enero de 2018

Hábitat.

Me acuerdo de cuánta razón la chica de los videos tiene en cuanto a tanto.
Me doy cuenta de las veces que usé sustancias para olvidarme de la realidad, del dolor, de la angustia.
Pienso cómo me sana la taquicardia y el llanto y los temblores.
Recuerdo cómo sentí necesitarla para transportarme a una sanidad inexistente.
Encuentro otras maneras de manejar las tristezas.
Me felicito por transmitir alegrías.
Me refugio entre palabras y artesanías.
Calmo con real naturalidad.

Eso no quita las ganas del hábito.
No podría ignorarlo.
No es que tampoco quisiera.